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Algo grande ha sucedido en mi vida

El 23 de julio de 1995 viajé a México, invitado a un congreso laboral, acompañado por la novia que tenía en ese entonces. Al llegar a la ciudad de Mérida, me di cuenta de que el congreso comenzaba el 27 de julio. Esto me hizo sentir que estaba perdiendo el tiempo. Como disponíamos de varios días libres, nos decidimos visitar algunos lugares históricos cercanos.
En uno de los paseos, mi novia y yo nos disgustamos, sin razón alguna.

Además del malestar emocional teníamos físico, por lo que el ambiente se puso tenso. Ella tomó la decisión de volver a Santo Domingo al día siguiente. Yo traté de persuadirla para que no regresara, pues no me quería quedar solo, y de ella irse daba nuestra relación por terminada. Ella estuvo firme en su decisión de retornar al país por lo que preparé todo lo relativo a su regreso.

Después de dejarla en el aeropuerto, me dirigí al salón donde se estaba impartiendo el congreso. Al darme cuenta de que lo que se estaba tratando en ese momento sólo era aplicable para México, decidí regresar a mi habitación del hotel. No me sentía bien ni física ni emocionalmente. Me sentía con un gran dolor interior por el estado de abandono y soledad en que me encontraba. Yo me había casado por lo civil cuatro veces y había convivido maritalmente con muchas mujeres. En esa época estaba tratándome con una psicóloga.

Ella me había recomendado el libro “Jesús está vivo” del padre Emiliano Tardif, msc. Había comprado el libro y lo llevaba en mi maletín para leer durante el viaje. Fue entonces cuando, en la soledad de mi habitación en México -y con el dolor y el vacío interior que sentía- empecé a leer el libro “Jesús está vivo”. No había pasado tres páginas cuando comencé a vivir lo que estaba leyendo, pero con un llanto permanente. No había una sola página de este libro que no estaba empapada con mis lágrimas. A medida que me adentraba en la lectura, iba orando. Mientras más lo hacía, el llanto era mayor pero me iba sintiendo mejor en mi interior. Iba saboreando cada testimonio narrado en el libro, e identificándome cada vez más con nuestro Padre Dios. Pedía al Señor Jesús que intercediera por mi dolor frente al Padre.

Cuando llegué a la oración de “sanación de recuerdos” sentí un fuerte escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, por lo que apagué el aire acondicionado y abrí la puerta, a pesar de que me había quejado ante la recepción del hotel por el calor que hacía en mi habitación y de que la temperatura del exterior era de unos 37° C. Sentí un cambio completo en todo mi ser.

Desaparecieron el dolor, el sufrimiento y la angustia. Todo lo que en ese entonces me atormentaba se fue completamente. Era un “hombre nuevo”. Algo grande había sucedido en mi vida. Luego me di cuenta de que había recibido una sanación interior.

Me quedé todo el tiempo en la habitación. Leía el libro “Jesús está vivo”, oraba.
Desde ese momento maravilloso del encuentro con Jesús, en mis oraciones sentía que le hablaba y él me respondía. Era un diálogo que teníamos permanentemente.
Tomé la decisión de entregar mi vida a Dios para que dispusiera de ella y que hiciese conmigo lo que él quisiera. Decidí también no hacer nada que ofendiera al Señor Jesús. Entonces, le pedí al Señor que me diera una compañera que fuera
cristiana y tuviera la misma experiencia de fe.

Decidí vivir una vida verdaderamente cristiana, pues sé lo misericordioso que es el Señor. Después de conocerlo, ya no hay forma de vivir sin él. Jesús ha llenado todo el vacío que tenía en mi vida. Nunca antes había experimentado este gozo en mi corazón. Me acerqué al sacramento de la reconciliación, del cual no participaba desde hacía veinte años. A mi regreso de México, visité la Casa de la Anunciación. Conocí al P. Emiliano Tardif, quien tuvo la confianza de invitarme a acompañarle en la
predicación de algunos retiros. También conocí la Escuela de Evangelización Juan Pablo II. Allí realicé todos los cursos de formación de evangelizadores. Pasaron unos quince meses hasta que el Señor me concedió la dicha de conocer a Juana, la mujer que él me tenía preparada para formar una familia verdaderamente cristiana. Recibimos el sacramento del matrimonio el 24 de mayo de 1997, en cuya ceremonia participó el P. Emiliano Tardif. De esta unión ya tenemos dos hijos preciosos que son bendiciones grandes del Señor. Hoy colaboramos en las diferentes actividades de la Casa de la Anunciación y somos miembros de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo.

A través de estos años, Jesús ha seguido llenando mi vida, manifestándome su amor y derramando su gracia en mi familia.
¡Gracias, Señor!

Ramón Castillo
Comunidad Siervos de Cristo Vivo

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