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Mons. Jesús Delgado Acevedo: “Jamás Monseñor Romero se dejó acariciar los oídos escuchando sólo a algunos”.

Mons. Jesús Delgado Acevedo: “Jamás Monseñor Romero se dejó acariciar los oídos escuchando sólo a algunos”.

(RV).- Mons. Jesús Delgado Acevedo, Vicario General de la arquidiócesis de San Salvador fue secretario personal de Mons. Óscar Romero. Después de la muerte del futuro beato, escribió la primera biografía del mártir salvadoreño, siendo luego el presidente de la Comisión de Peritos en Historia de la causa de beatificación. Desde los micrófonos de Radio Paz de El Salvador, Emisora que dirige, Mons. Jesús Delgado Acevedo relaciona aspectos de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco con el testimonio del apóstol de Cristo y próximo beato, Mons. Óscar Arnulfo Romero:

Mons. Romero, hombre de Dios, fue “un discípulo que supo dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesús”, cuyo sueño “no era llenarse de enemigos sino que la Palabra fuese acogida, para que manifieste su potencia liberadora y renovadora” (cfr Evangelii Gaudium 24), expresa el primer biógrafo del inminente beato.

En vista de este testimonio tan grande, auténtico y cristiano, expresó el Vicario General de San Salvador, el Papa Francisco quiso elevarlo al rango de beato, y esto trajo una alegría enorme a El Salvador, “un país  que sufre en medio de tanta sangre que se derrama todavía por el ciego deseo de riqueza por medio del dinero mal habido”. Es así que la beatificación de Monseñor Romero es “un rayo de esperanza” – afirma el prelado – que “brilla en medio de El Salvador”; “un bálsamo que da consuelo, esperanza y unión al pueblo salvadoreño”.

En vísperas de la celebración, el Vicario General y ex secretario personal del mártir, recuerda el llamado a la conversión que Mons. Romero hacía como sacerdote y como obispo, y, recordando el punto 30 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, “cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera”, Mons. Jesús Delgado precisa que a ello instaba cada domingo el mártir salvadoreño en sus homilías: “procurar estar allí donde hace falta más luz”, en “proceso decidido de discernimiento, de purificación y reforma”.

Así él logró que la iglesia particular de la Arquidiócesis de San Salvador estuviera siempre en movimiento “hacia los periféricos, los pobres, los desvalidos, los campesinos, los que estaban comprometidos en la guerra de guerrillas” porque “su misión fue fomentar la comunión, abierta y misionera”, que “procuró una maduración en todos los deseos de escuchar a todos y no sólo a algunos: jamás se dejó acariciar los oídos escuchando sólo a algunos”.

A través de la Palabra, trató de ser “el misionero que llega a todos predicando y llevando el evangelio”.

El Vicario General recuerda que el Papa a todos nos pide conversión y  que la pastoral y nuestra vida cristiana estén “siempre con el sello de la conversión”. Por eso Francisco nos exhorta a “aplicar con generosidad y valentía las orientaciones que se nos dan a través de sus obispos, de la Santa Sede, sin prohibiciones ni miedos”, porque “lo importante es no caminar solos” sino “contar con los hermanos, y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realístico discernimiento de pastoral”.

Así, prosigue el Vicario General, fue como Mons. Romero hizo de su diócesis “una diócesis de conversión”, “único camino para llegar a la paz en el amor, por la justicia, y en plena fraternidad, reconciliados por la misericordia de Dios”.

“En vísperas de Pentecostés, – recuerda el prelado – con el Espíritu Santo y en medio del pueblo siempre está María,  y María siempre estuvo en el corazón de Monseñor Romero”. “Desde su tierna infancia, a los diez u once años, cuando entró al seminario menor, aprendió de los padres claretianos esta devoción enormemente bella que inundó su corazón”, recuerda. “Experimentó el jovencito Romero, que María venía a completar el amor de su madre, el amor que su madre le brindó en su hogar”; “descubrió a la Virgen María, en la ciudad de San Miguel en donde se venera a la Virgen María bajo la advocación de Reina de la Paz y le hizo una poesía: ‘Ésos, tus ojos, María, me brindan pureza y castidad, amor, ternura y humanidad’, y desde entonces  – prosigue Monseñor Jesús Delgado – hizo a los once años su voto de castidad”, renovando su voto cada año, durante toda su vida, “en el regazo de María en aras de la Iglesia”, aceptando esa cruz “amorosamente”.

En la cruz cuando Cristo sufría en su carne el dramático encuentro entre el pecado del mundo y la misericordia divina pudo ver a sus pies la consoladora presencia de la Madre y del amigo. En ese crucial instante antes de dar por consumada la obra que el Padre le había encargado, Jesús le dijo a María: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego le dijo al amigo amado: «Ahí tienes a tu Madre». (Jn 19,26 – 27).(Exhortación Ap. Evangelii Gaudium, 285). “Esto fue lo que también Mons. Romero vivió en la hora de su muerte  – concluye el historiador: ahí tienes a tu hijo. Cuando cayó Monseñor, de espaldas, entre el altar y el sagrario: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Amigo, ahí tienes a tu Madre”.

(GM – RV)

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