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María y la Iglesia, la luna y la aurora

María y la Iglesia, la luna y la aurora

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María y la Iglesia, la luna y la aurora
Escrito por: Monseñor Ramón De La Rosa y Carpio

Introducción
Quiero entregarles hoy unos textos de contenidos bíblicosteológicos, pero con sabor poético, sobre la Virgen María, la Madre de Jesús, y la Iglesia, la comunidad fundada por Jesús.

El texto de fondo es del libro El Cantar de los Cantares, 6, 10:
“¿Quién es ésta que surge cuál aurora naciente, bella como la luna?» En su sentido literal este versículo está dirigido a la novia del Cantar de los Cantares. En su sentido teológico y espiritual más profundo se aplica a la Virgen María y a la Iglesia.

Así, encontramos en las celebraciones litúrgicas cristianas expresiones como ésta: «Eres bella y hermosa, Hija de Jerusalén (María y la Iglesia); subes al cielo como la aurora cuando amanece» (Fiesta de la Asunción de la Virgen María, 15 de agosto); como también peticiones igual que la siguiente: «Sol de justicia, a quien María Virgen precedía cual aurora naciente, haz que vivamos siempre iluminados por la claridad de tu presencia» (una de las preces para celebraciones de la Santísima Virgen María).

Así, pues, inspirado en esta base doctrinal, he aquí los textos prometidos:
Asunción de la luna
Escrito la noche del 14 de agosto 2011, víspera de la fiesta litúrgica de la Asunción de María al cielo, en Punta la Mona, Andalucía, de cara al mar, cerca de Granada, mientras asistía a un coloquio sobre “Inteligencia Espiritual”, después de haber ordenado sacerdote a Diego Lujan López, en Pozo Cañada, Albacete, en la región de la Mancha, España, y antes de salir para la Jornada
Mundial de la Juventud 2011, Madrid, presidida por el Papa Benedicto XVI. La inspiración surgió cuando me dirigía al lugar, donde escribí, y nos detuvimos a tomar un café en la noche.

Entonces, de pronto, detrás de la Sierra Nevada, empezó a surgir la luna…

Mira cómo sube la luna
la Virgen María, radiante,
la limpia, sin mancha ninguna,
vestida con traje de gala,
envuelta en un manto de triunfo,
la novia adornada de joyas,
detrás de la Sierra Nevada,
suelo de Granada y la Alhambra
noche del catorce de agosto,
camina hacia el cielo a la fiesta,
su Asunción, al lado del sol
de justicia, su Hijo amado,
niño lucero de sus días.

Mira como sube la luna
la Virgen María, radiante,
la asunta, sin mancha ninguna,
asciende, asciende y, ascendiendo,
detrás de la Sierra Nevada,
une con luz toda Andalucía,
a España, a mi Patria, tu Patria,
galaxias, planetas y estrellas.
Un día, catorce de agosto,
subiré a la fiesta del quince,
de la Asunción de María,
al lado del Sol de Justicia.
Su Hijo amado, mi Amigo.
Él es mi Sol y Ella mi Luna.

La luna y la aurora
En el mismo lugar, donde escribí «La Asunción de la Luna», ya día de la fiesta de la Asunción, 15 de agosto, dejé correr la pluma al ritmo de la inspiración. Entonces quedó plasmada la siguiente piececita literaria:

Si tú quieres comprender a la Virgen María y a la Iglesia también has de fijarte en el sol y la luna. El sol tiene luz propia. Igual Jesús. La luna, no. Tampoco María, y con ella la Iglesia, pero reflejan la luz del sol. Jesús es como el sol y María, la Iglesia, es como la luna.
Él es brillante como el sol; ellas son bellas como la luna. Él sale radiante, como el esposo de su alcoba, contento como un héroe a recorrer su camino; asoma por un extremo del cielo y su órbita llega al otro extremo. Nada se libra de su calor. Ella, María, la Iglesia, por las noches salen lucientes, como una novia, vestidas del sol, e iluminan plácidamente la tierra y las oscuridades de la vida, permitiendo ver allí donde era imposible ver cosa alguna.

La luz del sol hace a la tierra un planeta azul. La luz de Jesucristo lo hace también azul: lo hace divino. La luz de la luna hace románticas las noches de la tierra. La luz de María, la Iglesia, las hacen tiernas, como Dios.

O si se quiere también, Jesús es el sol de la mañana y María, la Iglesia, son la aurora, que anuncian al sol. Él es radiante. Ellas lucientes. Él es el día lo llena todo. Ellas, la aurora, María y la Iglesia, desaparecen de la escena, cuando resplandece el día. Pero vuelven a aparecer lucientes y bellas por la noche en forma de luna.

Serenata a la Virgen
Era un mes de enero, 1995 en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, noche de una esplendorosa luna llena. Mi mente voló hacia Higüey, Sede de Nuestra Señora de la Altagracia, donde yo había nacido, había pasado mis primeros quince años de vida y fui Rector de la Basílica de la Altagracia como sacerdote, durante doce años. Justamente, allí desde el espacio abierto de esta Basílica, posé mi imaginación en el cielo higüeyano y exclamé:

Luna de Enero
Flor de un naranjo
Agua de Mayo
Rosa de Octubre
Reina querida,
Virgen maría,
¡Oh, mi Altagracia!

Se levanta como la aurora
Para ilustrar esta visión sobre María y la Iglesia, la luna y la aurora, me parece interesante citar el siguiente párrafo del Papa San Gregorio Magno, que vivió del 540 al 604. Descendiente de una familia senatorial y Prefecto (Alcalde) de Roma antes de ser Papa, siendo aun laico, es uno de los grandes teólogos primitivos de la Iglesia y testigo de las enseñanzas cristianas de los primeros siglos del cristianismo. Leamos esta hermosa y profunda reflexión suya: «Con razón se designa con el nombre de amanecer o aurora a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer, o aurora es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación de la aurora, después de las tinieblas
se abre al esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto, dice acertadamente el Cantar de los Cantares. ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora? Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada aurora, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia. Pero además, si consideramos la naturaleza del amanecer o aurora, hallaremos un pensamiento más sutil. La aurora o amanecer anuncia que la noche ya ha pasado, pero no muestra todavía la integra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tiene algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad somos como la aurora o amanecer, porque en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas».

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