Desde que conocí a Julio, quien luego sería mi esposo, supe que padecía de serios quebrantos de salud en sus intestinos, motivado, según me contara su madre, a que había nacido con unas varicelas que le dañaron permanentemente las vías digestivas.

Esta dolencia hacía de él un joven delgado y frágil, ya que su digestión era muy rápida y la mayoría de los alimentos le provocaban una constante irritación intestinal y otros malestares.
Con esas condiciones de salud se hizo profesional, nos casamos, y tuvimos tres de nuestros cuatro hijos.

El 25 de marzo de 1985, fiesta de Nuestra Señora de la Anunciación nos invitaron a un retiro que dirigía el Padre Emiliano Tardif y un equipo de laicos en el Colegio Santo Domingo.
En la medida que se dictaban las conferencias y se proclamaba el Evangelio de Jesucristo, sentíamos un gran entusiasmo y nuestros corazones se animaban en un gran gozo, ese gozo que sólo se siente cuando Dios mismo viene y conforta el corazón del hombre. Las enseñanzas nos invitan a ser amigos de Jesucristo y esperar de él toda su bondad.
El sábado por la tarde, durante la misa, el padre Emiliano Tardif hizo una oración por los enfermos.

En medio de la misa mi esposo sintió como si un rayo le atravesara sus entrañas con corriente, calor y dolor hasta el desvanecimiento. Un grupo de servidores, presentes allí, lo llevaron a la sacristía y el Padre Emiliano le impuso las manos e hizo otra oración por él y nos dijo que nos fuéramos tranquilos a casa, pues al parecer Jesucristo había sanado alguna enfermedad en mi esposo.

A partir de ese día, a Julio se le sanó su aparato digestivo hasta el punto de que toda la alimentación le aprovechaba y comenzó una recuperación constante, ganando peso hasta aumentar 30 libras para gloria de Dios. De esto hace más de 15 años y nunca más ha sentido las molestias digestivas que lo acompañaron desde su niñez y parte
de su vida adulta.

Junto con la salud, el Señor Jesús le regaló el don de la fe y un amor inquebrantable a Dios y a su Palabra.
De esto doy testimonio a mayor gloria de Dios.

Velkys Zouain de Castaños (S.C.V)