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A través de nuestro niño, el Señor nos llamó – Lucas y Yanek

Mi esposo y yo, formados en la Iglesia Católica y casados durante cinco años por la misma, no habíamos tenido un encuentro real con el Señor Jesús.
En el año 1998, nació Marcos, nuestro segundo hijo. Como toda pareja, esperábamos que el niño llegara en perfecto estado de salud, pero sucedió todo lo contrario. Cuando Marcos nació, pesó seis libras, pero parecía tener nueve libras; sin embargo, no le dimos mucha importancia.

A los dos meses, lo llevamos a su consulta con el pediatra y él notó que el niño tenía una gran palidez. Le indicó unos análisis, y uno de ellos resultó por debajo de lo normal. Inmediatamente, lo refirió a una pediatra hematóloga, la cual nos dijo que lo que tenía el niño era una anemia fisiológica. Lo puso en tratamiento y esperamos su mejoría. Sin embargo, al mes el niño empeoró. Se detectó que tenía aplasia medular, su organismo no producía glóbulos rojos.

Ahí comenzó nuestro calvario. Mi esposo, que es médico, entendió la gravedad del problema. Se le repitieron los análisis y salieron peor. A los dos meses, se le hizo la primera transfusión de sangre,y luego a los cuatro meses, otra. Se recurrió a un tratamiento a base de esteroides, que era demasiado fuerte para el niño. Debido a esto, se le enfermaron la boca y los oídos y tenía frecuentes diarreas. Estábamos desesperados y no podíamos entender cómo nos estaba pasando eso. Así pasaron los meses…
Nosotros no recordábamos que podíamos pedir al mejor médico: al Señor Jesús.

A través de un grupo de oración, el Señor nos habló. Nos dijo que para que el niño sanara su cuerpo, nosotros debíamos sanar nuestra alma. Entendimos este mensaje. A partir de ese momento, nuestra vida cambió. La última recaída que tuvo Marcos fue tan fuerte que estuvo cinco días en una clínica. Una neumonía fortísima y la defensa tan baja que tenía lo derrumbaron. Pero ya no teníamos miedo ni tristeza, porque sabíamos que Jesús estaba con nosotros. La enfermedad fue demasiado fuerte, pero el Señor, que tiene todo el poder, la combatió. Al combinar el tratamiento médico con las oraciones, el niño comenzó a mejorar, hasta que la curación fue completa. A los once meses, Marcos parecía un niño de cuatro meses, no tenía fuerzas, nunca gateó. Sin embargo, al año y una semana caminó. ¡Esto sucedió sólo por el poder sanador del amor de Jesús!

Hoy te invitamos a volver tu rostro hacia Dios y buscarle, porque él está ahí, a tu lado, deseoso de que lo llames, de que lo busques y de que le entregues tu vida para obrar maravillas en ella. Somos testigos de esto: Jesús transforma nuestras vidas, sanando nuestras almas. Bendícelo, alábalo y verás su gloria manifestada en ti.

Lucas y Yanek
Constanza, R. D.

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