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Ser o no ser…esa es la cuestión.

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Escrito por: Yuan Fuei Liao (Comunidad Siervos de Cristo Vivo)
Extraído de: Revista Alabanza #187

Un joven sediento de Dios
Era un estudiante de 17 años que cursaba el 4to. de bachillerato.
Desde hacía dos años estaba enamorado de Dios y de la vida, pues había tenido su primer encuentro personal con Jesús a los 15 años de edad. Cada día, al salir del colegio, tomaba un carro público en la Churchill. Se desmontaba en la esquina con Paseo de los Locutores y, en vez de caminar hacia el este para llegar a su casa, se desviaba hacia el oeste, hacia la Casa de la Anunciación. Allí le esperaba el amado Jesús, en el Santísimo Sacramento.

Todos los días, este joven pasaba una hora en la capilla de adoración. Al principio le presentaba a Jesús una «retajila» de peticiones: «Señor, te pido por mi familia, también por… te ruego
Ser o no ser… esa es la cuestión que me… y me… Con el paso de los días, viendo los frutos, la hora se convirtió en agradecimiento: “Señor, te doy gracias por… y porque me…” Luego se dio cuenta de que quería estar en la capilla ya no tanto por lo que el Señor le daba, sino porque Jesús estaba ahí presente y merecía ser honrado. Entonces brotó la alabanza: “Señor, te alabo porque… y te bendigo por tus… y porque tus…». Y continuó acudiendo cada mediodía a su cita con el Santísimo. Llegó a un punto en que, delante de Jesús Sacramentado, no le decía nada: sólo estaba con él. Y por muchos días, la hora transcurría en total silencio: le miraba a Jesús, y Jesús le miraba. Intercambio de miradas, como dos enamorados que, sin mediación de ruidos de palabras, abrían sus corazones para descubrirse y revelarse, para amarse y fundirse. El joven había descubierto la adoración. Se sentía a gusto en compañía de Aquél que le amaba. Trataba de amistad a solas con su mejor Amigo. Saboreaba la presencia amorosa de la Trinidad. Gustaba de estar con Dios en una insuficiente hora que se le hacía «eternamente corta».

Han pasado los años. Estoy seguro de que en esos días se consolidaron los cimientos de mi vida espiritual: ese joven era yo. Si no fuera por esas citas amorosas diarias, «reportándome» con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mi vida se hubiera desmoronado.

Primero es lo primero
La primera vocación de nuestra Comunidad Siervos de Cristo Vivo es la contemplación, que tiene tanto que ver con la adoración. Llama la atención que, en el diálogo con la samaritana, Jesús dice: «El Padre busca adoradores» (Juan 4,23b). No dice que el Padre busca servidores o evangelizadores o ministros: «El Padre busca adoradores», que luego serán servidores, evangelizadores, ministros, pastores, intercesores, apóstoles. Primero es lo primero: ser adorador. También llama la atención que no dice que el Padre busca adoración. Es que él, en su infinita gloria, no necesita adoración. Lo que Dios busca son personas: corazones que se rinden al Sagrado Corazón que desea llenar a todos con su amor. «El Padre busca adoradores» porque anhela donarse a ellos por amor.

Adorar es, por tanto, rendir nuestra vida a Dios, reconocer lo majestuoso que él es, y someternos a su suprema voluntad. Y eso debemos hacerlo las 24 horas del día, de corazón a corazón. Así que no se trata de simplemente dar actos de adoración («hoy me toca adorar de tres a cuatro»), sino de que adoremos cada segundo, todos los días, 24/7. Eso es «ser adorador»: es un estilo de vida. Dondequiera que me encuentre (en la oficina, en la cocina, en el cine, en el autobús, en la calle) he de rendirme permanentemente a Dios. Adoro al Padre cuando amo, adoro al Hijo cuando me parezco a Jesús, adoro al Espíritu Santo cuando, poseído por él, me dejo guiar por su inspiración.

De esta manera, la adoración no es solamente visitar el Santísimo Sacramento en una «hora santa» (que es muy importante, recordemos la profecía recibida por el P. Emiliano Tardif: «Si un día ustedes descuidan la adoración al Santísimo, su comunidad comenzará a desmoronarse»), sino que estamos llamados a «ser adoradores» siempre, no solo a hacer «actos de adoración».

La dimensión contemplativa
Con la llegada del Mesías ya no hay velo de separación entre el Santísimo y nosotros. Cristo vino precisamente a hacer que podamos adorar en todo momento y lugar. Es lo que dijo a la samaritana: «Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén… Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores lo harán en espíritu y verdad, pues el Padre busca tales adoradores» (Juan 4,21-23). Ser adoradores en espíritu y verdad nos convertirá en contemplativos en la acción, personas que se percatan de la presencia divina y la portan aun a los lugares más difíciles. Ser adoradores en todo momento y lugar nos transformará en consoladores de Dios en medio del mundo.

Acompañemos a Dios en todas partes, como siervos de Cristo vivo, incluso en sus «Huertos de los Olivos» de hoy. Así obtendremos las fuerzas para las otras dos vocaciones de nuestra comunidad: la evangelización y la transformación en Cristo.

Ser adorador es fruto de un corazón enamorado, sediento de pertenecer a Dios. Ser adorador o no ser adorador: ésa es la cuestión. La decisión es nuestra.

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