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No hay familia si no existe amor

No hay familia si no existe amor

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Fuente: Revista Alabanza #177
Escrito por: Nena Molinari de De Soto

Desde muy temprana edad se nos enseña que la familia es el núcleo principal de una sociedad y que, por tanto, no existe sociedad si no existen las familias.

Cuando hablo de familia me refiero al conjunto formado por un hombre y una mujer que se unen en matrimonio para procrear hijos y vivir juntos bajo un mismo techo. En pocas palabras, la familia
es un grupo de personas que se aman, respetan y ayudan los unos a los otros.

De pequeños creemos estar enamorados a cada instante, y ya adultos, soñamos con un día encontrar a la persona “perfecta”, casarnos y formar una familia. Tener nuestros hijos y vivir juntos. ¡Y llega ese momento!

Pero… ¿es el vivir juntos suficiente para ser una verdadera familia? ¿Podremos sólo con eso sobrevivir a los embates de los tiempos, a las tentaciones del enemigo que estará en todo momento al acecho y dar su latigazo al menor descuido?

No existe una verdadera familia si el amor no es el centro de esa unión, y para ello hemos de esforzarnos de manera que demos lo mejor de nosotros. El amor debe de ser nuestra prioridad, el objetivo y nuestra mayor ambición. Siendo ésta la parte más importante, pues si no lo sentimos y expresamos será imposible vivir en comunidad como familia.

¿Cuál sería el método y comportamiento para formar una familia?
Para cualquier oficio se nos enseña el método y comportamiento; pero para formar y convivir en familia, es poco lo que conocemos. Generalmente llevamos al hogar que formamos las experiencias vividas en los hogares de nuestros padres, pero no siempre son el mejor ejemplo. Nos casamos, tenemos nuestros hijos y vamos dando tropezones y levantando de nuevo los pies para seguir adelante y lamentablemente, son muchas las familias que se destruyen por falta de conocimiento de lo que es amar y entregarse.

En ocasiones nos conducimos como si las relaciones fueran algo que conseguimos introducir en nuestros planes. Hablamos de hallar tiempo para nuestro cónyuge o nuestros hijos, o de hacer tiempo
para las personas en nuestra vida. Es como si estas relaciones fueran apenas una parte de nuestra vida, junto con tantas otras ocupaciones. Pero Dios dice que lo esencial de la vida consiste en nuestras relaciones con nuestro prójimo, ¿y quién es más prójimo que nuestro cónyuge, y nuestros hijos, aquellos con los que vivimos día a día bajo el mismo techo?

En la familia lo más importante son las relaciones y no los logros o la adquisición de bienes. Lamentablemente muchas veces esos valores se pierden y prestamos muy poca atención a lo que realmente debe de interesarnos. Cuando estamos muy ocupados, aferrados a obtener logros, a ganar bienes materiales, descuidamos el tiempo que debemos dedicar a las relaciones familiares. Es así como lo que consideramos urgente desplaza lo que es más importante para el bienestar del hogar que hemos formado.

Las múltiples actividades que nos exige la vida de hoy, nuestra preocupación en ganarnos la vida, en realizar nuestro trabajo, en pagar las cuentas, en lograr metas, en formar un nombre, nos confunden, y cuando venimos a darnos cuenta, el amor se ha esfumado por falta de atención.

Son muchos los hogares que se han roto, las familias que diariamente se desintegran por falta de amor, de armonía, de entrega, por falta de haberles dado un poco más de tiempo, un poco más de nosotros mismos.

La vida es corta
No creo que haya habido ninguna persona que estando al borde de la muerte haya pedido que le traigan sus diplomas, ni sus premios, ni sus logros. Cuando nuestra vida sobre esta tierra, va llegando a su fin, no nos queremos rodear de objetos o triunfos. Queremos a nuestro lado a nuestros seres queridos, a nuestra pareja, a nuestros hijos, nietos, hermanos, padres, amigos. Pedimos a Dios tiempo para dar un beso más a nuestro cónyuge, para abrazar una vez más a esos hijos o nietos, para tener una conversación más, para poder dar un poco más de todo lo que sentimos.

El tiempo es el regalo más preciado que podemos dar a nuestros seres queridos, porque es limitado. Podremos siempre producir más dinero, pero nunca más tiempo. Cuando le dedicamos tiempo a nuestra familia, le estamos dando lo mejor de nosotros, nuestro amor, nos estamos dando nosotros por entero. No es suficiente decir “te amo”, lo importante es demostrarlo por medio de lo que hacemos. Las relaciones familiares necesitan tiempo y esfuerzo para triunfar. En pocas palabras, la esencia del amor es cuánto entregamos de nosotros mismos a nuestros seres queridos.

¡No puedo entender a mi esposa y a mis hijos!
Son muchos los que dicen: “No puedo entender a mi esposa ni a mis hijos. Les proveo todo lo que necesitan. ¿Qué más quieren?” Pues yo les diría, “¡Te quieren a ti! ” Quieren tus ojos para que los mires, tus oídos para que los escuches, tu tiempo para saber que estás con ellos, tu atención, tu presencia, tu interés en sus cosas, “tu Tiempo.”

No hay nada en la vida que pueda suplir eso para tener una familia feliz y unida. Siempre que dediquemos nuestro tiempo, estamos haciendo un sacrificio, y el sacrificio es la esencia del verdadero amor.

Es importante conocer y reconocer el valor del otro, el esfuerzo, el sacrificio. Jesús, quien nos amó y se entregó en sacrificio a Dios por nuestros
pecados nos dejó el ejemplo.

Es posible dar sin amar, pero es imposible el amar sin dar. Amar es entregarse, dejar todas mis preferencias, comodidades, objetivos personales, dinero, seguridad y tiempo para beneficio de los miembros de mi familia.

Hoy es el mejor momento para expresar nuestro amor, porque no sabemos por cuánto tiempo tendremos esta oportunidad. En esta vida las circunstancias cambian todos los días; nuestros seres queridos mueren, los hijos crecen y abandonan el nido, en fin… no tenemos garantía para el mañana.

Expresa tu amor hoy. Recuerda, el mejor momento para amar a tu familia es ahora mismo, no lo dejes para mañana, te aseguro que ten-

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